viernes, 12 de septiembre de 2014

Ella, que todo lo destruyó, cuando ni la noche existía

Colocaba meticulosamente sonrisas de desconocidos en la estantería de sus párpados. Perfumaba su presente con susurros de su pasado. Pintaba con lágrimas los lienzos de sus errores.
No era capaz de soltar los fríos dedos de la locura, y en cambio no dudaba en quitar la correa a la cordura.
Arriesgaba su risa saltando en los charcos masivamente poblados por miles de gotitas desterradas y cientos de furtivos recuerdos escarchados en niñez.
Se plantaba en mitad de las calles, cerrando los ojos, cuando miles de pisotadas la invadían, para pedir a su miedo que dejase paso a la brisa del riesgo; la brisa de lo inesperado.
No quería que nadie se acercara a su llanto y a la vez anhelaba un sin fin de besos suspirados.
Corría tras la estela del ayer, fumaba los cigarrillos del mañana y vivía coleccionando nada más que eso: sonrisas en la oscuridad.
Ella, que todo lo quiso olvidar, cuando todo estaba olvidado.

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