martes, 29 de septiembre de 2015

Toda la noche caminando por los licores de tus labios. Parece un buen título para esta entrada, en cambio, no soy capaz de abarrotar con letras un vacío tan necesario como estúpido. El silencio del alma es el megáfono más potente del corazón. Doy portazos a todos los relojes; abro las puertas al caos. Quieta en un rincón te invito a entrar en mi copa. No puedo darte un gran recibimiento, tampoco largarme sin acabarte. En el laberinto de un botón descosido estás tú, esperando el filo de una aguja, la suavidad de un hilo. Esperando caricias y puñaladas a destiempo con el fin de pertenecer a algo. No voy a coserte a mi chaqueta favorita, pero tal vez pueda meterte en uno de sus bolsillos. Conmigo, pero no junto a mi. 
La noche avanza, nuestros pasos insisten en comenzar una calurosa lucha de poderes. Tu destino vive anclado en la luz del día, el mio se tambalea dentro de un oscuro baúl. Te maldigo por mirar más allá de mis pupilas, pero quiero compañía por esta vez y dejo pasar tu osadía. 
Sabemos bien el significado del fin. El dolor de cada una de sus letras. La liberación de la incertidumbre. La angustia del tiempo. Hasta me he permitido crear una moraleja para nosotros, pero es tan ridícula que ni el alcohol logra darme el empujón. 
El humo me hace verte borroso, me das un cigarrillo con el objetivo de perderte del todo. Sonrío. Te pierdo. Vuelves. El cigarro aún sigue encendido. El humo no me deja verte, pero veo el contorno de una sonrisa. Vuelvo a sonreír.
Las estrellas poco a poco van largándose a dormir, la luna bosteza sobre nuestras cabezas. Nos miramos.
Cerramos esa botella repleta de recuerdos. 
-Mañana será otro día.
-Mañana será otro destino.





viernes, 4 de septiembre de 2015

Hay canciones que mueren

Esa melodía sonaba a todas horas al pensar en ti. Era la banda sonora perfecta para nosotros. Quedaba bien cuando llovía, cuando hacía sol, incluso cuando estábamos enfadados. En la angustia y en la adrenalina podíamos sentir los acordes de aquella guitarra. La letra dejó de importarnos, nos la sabíamos de memoria. Hablaba de desamor, pero era tan bonita que supimos leer entre líneas, imaginando un destino diferente para sus protagonistas. 
"No pueden terminar mal, tal vez podamos inventar otro final para ellos, para nosotros" decías, y yo, sonreía a tu lado, feliz de nuestro secreto. 




Cuando comenzó a llover esa mañana, tú no estabas ahí. 
Al día siguiente volvió a llover, seguías sin estar.
Más lluvia, nubes de plástico, parte de un decorado de bajo presupuesto.

Y entonces pasó. Los versos de nuestra canción empezaron a caer con las gotas de lluvia. El asfalto quedó repleto de letras ensangrentadas cubiertas de agua. Charcos de despedida bajo mis botas.
Hay canciones que mueren. Sentimientos que matan. Páginas sin renglones; bolígrafos sin tinta.

Salí a la calle con el primer rayo de sol, dispuesta a recoger los pedazos del desastre. Pero ya no estaban ahí. En mi mente no sonaban acordes de guitarra. 
Me di la vuelta y volví a casa. "No ha muerto, la hemos matado", me dije, mirando los charcos del suelo.