miércoles, 18 de febrero de 2015

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El fracaso no me concedía tregua. Las noches bailando con el peligro se pagan caro. 
Estaba cansada de la resaca de palabras que cada mañana golpeaba mi cabeza. "Cállate" resonaba constantemente dentro de mi. "Un poquito más" contestaban mis manos.
Cuántas mentiras me inventé para evitar el dolor. Cuántas verdades se clavaron en mis pisadas.
Lo tienes todo bajo control hasta que actúas. Pasar a la acción significa descubrir cosas que nunca pensaste que podrían pasar.
Y no hace falta decir más. Buscas y encuentras un rato. No buscas y encuentras para toda la vida. 
No me importa pagar cada día por mis errores si sé que algún día rendiré cuentas contigo.
Mientras continuaré guardando imposibles en mi cama, lunas en mis sábanas. Me encontrarás con dos cervezas de más, tal vez, y veneno en la mirada. Morderé todos tus suspiros y seré lo más incorrecto que haya pasado por tu vida. Pero te quedarás. Siempre tendré la música a todo volumen y jamás peinaré mi cabello para dejar que se enrede con el tuyo.
Nunca una llama había durado tanto encendida. Podría fumar cada día de tus labios, no es mala idea. Toca una canción y deja que intimide a tus ganas. Vamos. 
Puede que arranque toda tu compostura con un beso de carmín. Espero que mis medias no duren intactas más de un pestañeo.
La acción nos tienta. 
Debo cerrar el libro.

viernes, 6 de febrero de 2015

Te doy mi pintalabios si me das esas tijeras. No, esas no, las afiladas. II

Trasteando por los periódicos oxidados de mi buen amigo JJ Jim, encontré esta carta, llena de tachones y letras desiguales. Estas palabras se han convertido en mi lectura obligatoria de cada día. No entiendo nada, pero de un modo u otro, es lo único que me identifica. Sí, un papel viejo y arrugado. Yo ya estoy arrugada por dentro, y algún día seré vieja por fuera, no es tan raro al fin y al cabo.

"Algunas personas no son especiales por lo mucho que las quieres, sino por lo mucho que te hacen odiarlas en los momentos en los que más las quieres.
Siempre tuve la sensación de tenerte a dos centímetros de mi aún cuando estabas a kilómetros de distancia. Puede que me pasase noches en vela cosiendo recuerdos para no permitirme olvidarte.
Ahí estabas tú, tan extraño, tan estúpido, esperándome sin entusiasmo aparente. Yo, ajena a ti, como siempre, te sonreí. Ajena a ti, impregnada de ti.
Sonó una canción, y luego otra. Y otra. Qué faena que te hagan escuchar canciones mientras miras a alguien a los ojos. En el primer estribillo te detesté por crear ese momento. Para la última estrofa ya sabía que jamás olvidaría ese instante. 
Me sacaba de quicio la facilidad con la que me robabas las palabras que guardaba para el día en el que ya todo diese igual. ¿Ya todo daba igual? Es decir, alguien que te empuja hacia el precipicio y te deja allí plantado durante años, no merecía nada. Mentira, merecía todo. Podría haber dado media vuelta e irme, tuve mil ocasiones, pero enseguida aparecías y me recordabas que el filo era mi sitio. No eras consciente de ello. Tampoco te lo dije. Imbécil.
Hablar del pasado se nos da bien a todos, es fácil. En fin, sólo tienes que citar un recuerdo tras otro, independientemente de lo dolorosos que puedan ser algunos. No, lo difícil no es hablar del pasado. Lo difícil es hablar de lo que nunca acaba porque nunca empieza. Un recuerdo sin cabeza ni piernas. Un recuerdo que sólo conserva un corazón deseoso de un camino que nos acerque, y unos ojos que nos unan.
Me acerqué a ti y ahí estabas. Qué idiotez, claro que estabas. Cuando algo es tan increíble que no lo crees, hasta la mayor obviedad es una maldita locura. No quería acercarme a ti, en mi precipicio me sentía segura, y tú me incitabas a saltar conforme ibas acercándote a mi. No tenías derecho. 
Me condenaste con sólo un beso y yo te condené a ti al no apartar tus labios de los míos. Pero no lo sabes. No sabes nada. 
Cogí mi chaqueta mientras me temblaba la mano con la que sujetaba mi cigarro a punto de consumirse del todo, dispuesta a desaparecer para siempre. Y no pude. Sólo quería que me dijeras que era idiota, pero convincente. Joder, debiste quitarme la chaqueta de nuevo y tirarla por la ventana. Habría sido la estupidez más bella del mundo.
Vaya, se me ha ocurrido algo."

Hay tanta verdad como mentira. Lo tengo claro, y eso la hace fascinante. Pienso descubrir quién se esconde detrás de esta carta.

lunes, 2 de febrero de 2015

Te doy mi pintalabios si me das esas tijeras. No, esas no, las afiladas.

Cafetería Wednesday, 09:18 am

Siempre vengo aquí a releer los viejos periódicos que el chiflado de James Jamie Jim dejó para mi. A ese tío nadie le quería, apestaba a licores baratos y a colillas mojadas, e igual por esa razón cada mañana me acercaba a la estación a verle. En cierto modo, yo le quería, y él me trataba como a una hija bastarda a la que no le quedaba más remedio que querer, por pesada.
El día en el que encontré esa pila de periódicos colapsando mi portal, supe que no volvería a verle jamás.
Desde entonces, vengo a esta cafetería sin ninguna intención y a la vez con todas. JJ Jim se evaporó un miércoles y, como mi madre siempre ha dicho que soy macabra y debo dejarla bien a cada paso que doy en mi vida, decidí venir a desayunar  a este lugar todos los días de la semana.
Me gusta el café muy dulce, las tortitas de Claire y el sirope de chocolate. Pero lo que más me gusta es recortar frases de los periódicos. Recorto anécdotas que ya nadie recuerda y sonrío al guardármelas en el bolsillo de mi abrigo, orgullosa de tener más recuerdos que todos los que me rodean.
Si acumulo mis recuerdos y los de estas páginas amarillentas, JJ Jim, nunca morirá. Bueno, al menos hasta que yo muera.
Porque estaba convencida que todas las historias que me contaba en aquella estación las sacaba de mi herencia. Él no tenía pasado, ni presente ni futuro, y por eso siempre reía de buena gana. Podía modificar su vida cada día y decidir si mañana sería piloto o panadero. Era todo. No era nada. Estaba sólo, pero sonreía. Y por ese motivo necesito recordarle.
Espero que nunca cierren este café. En parte me he encariñado con estas cuatro paredes. Aquí me siento segura, aún cuando todos me miran con recelo. Así debe sentirse mucha gente, me digo encogiéndome de hombros.
Sólo hablo con la gente que se equivoca al pronunciar mi nombre. Me parece divertido. Puede que mi madre tenga razón, nunca llegaré a nada en la vida. Ah, sí, al manicomio. Supongo que cuando llegue ese día hará una fiesta en casa por el simple hecho de tener razón en sus pronósticos. 
Que le den a las aspiraciones. Yo sólo quiero unas tijeras y chocolate, mucho chocolate. 
Mierda, llego tarde.