martes, 10 de noviembre de 2015

Espera.

El día más duro de su vida decidió caminar descalza sobre el fuego, pisando con fuerza, sintiendo el dolor, la vulnerabilidad del ser. Dejándose embriagar por el pánico, abrazando al vértigo. Atrapada por dos trenes a punto de partir.
Aprendió a vivir siguiendo los pasos del caos, dando la espalda a la estabilidad. Observando las pequeñas cosas que importan una mierda, cerrando los ojos ante los grandes acontecimientos.
Aplaude fuerte cuando el viento sopla. Abandona la butaca si sus manos no tiemblan.
Busca el equilibrio dentro del desorden, nunca encuentra respuestas, ni sabe formular preguntas. No le importa saber, si de saber ya sabe el mundo. Aburrida desprecia todas las miradas, vacías o llenas de vida, lo mismo da; todas sucumben tarde o temprano a la disciplina de lo correcto. Dejando de lado el vicio de sentirse pleno por llorar y reír sin necesidad de observar el tiempo. Ella hace y deshace todo a la vez, para no hacer nada cuando todo está hecho, y hacerlo todo cuando la lluvia se transforma en miedos.
En la esquina de un verso construye su hogar, sabiendo que nadie se percatará de su presencia. Con la certeza de que nadie olvidará ese punto y final.
Era el día más duro de su vida, sí. Ese día descubrió el poder de sentir sin límites, la amargura del fin, la alegría del comienzo.
Aveces es necesario destruirlo todo, para poder aferrarte a algo.