miércoles, 29 de abril de 2015

Una melodía de piano en mis pesadillas.

No había salida. El laberinto de la desesperación reía a carcajadas al verme acorralada en un rincón, pegada a una pared repleta de palabras partidas en dos; frases incoherentes perfumadas con el aroma de la locura. 
Por más que intentaba salir, las garras insistentes del llanto tiraban de mi, sumergiéndome en un mar de lágrimas paralizantes. Yo no quería llorar. Reír era más fácil. Callar era más fácil. Incluso desaparecer era más sencillo. Estaba llegando al punto de no querer ser. ¿Qué sentido tenía existir en un mundo plagado de celdas? Sabía que ese laberinto era mi cárcel, o lo que es peor aún: mi hogar. Un hogar sin insecticida, demolido por los gritos de un deseo en blanco y negro. Un hogar donde ya no sé lo que es tinta y lo que es sangre, donde todo es pecado y mentira. Horror y verdad. 
Soy un personaje sin voz, tengo tan poco que decir que nadie se esforzó por poner rótulos a mis pensamientos. Nadie reservaría una butaca cerca del escenario de mis lamentos. Ni yo misma lo haría. 
¿Qué queda cuando el vacío es pleno? ¿Qué hacer con las manos cuando ni el silencio es capaz de mirarte a los ojos? 
Mi única compañera es la rabia. Con ella brindo cada noche.
Sigo sin encontrar la salida.
Romperme la garganta sería lo más reconfortable que podría pasarme en este instante. Sentir cómo mis cuerdas vocales estallan llenando la oscuridad con el dolor interno de sentirse vivo. 
Siento cómo mi mente se inunda poco a poco por las goteras del miedo. Espero que las cuevas de lo que un día sentí no tengan ninguna salida. Necesito recordar al menos que alguien amó mis errores con una bella sonrisa a cuestas. No quiero encontrar luz al final de esta noche. No puedo permitir que la frialdad de mi único recuerdo encuentre algo de calor. Debe mantenerse frío para pasar desapercibido ante el miedo. Ambos permaneceremos callados en este laberinto, abrazándonos, juntando su escarcha y la mía. Somos dos ruinas que jamás volverán a ser.
No hay salida.
Serviré una copa a la desesperanza. La rabia me da tregua esta vez.