domingo, 28 de septiembre de 2014

Cinco minutos

-Llego en cinco minutos.

Entré en su portal sin entretenerme en respirar hondo cinco veces como solía hacer siempre que tenía algo importante entre manos.
Sentí un escalofrío por cada escalón subido. Para cuando llegué al último, ya todo mi cuerpo había sido complacido en calambres de hielo abrasador. 
Pero aquello no era suficiente para mi. Llevaba conmigo una bolsa repleta de miradas furtivas y temblores con banda sonora.
Llamé al timbre.
Pensé llamar otra vez. 
Y otra.
Y otra.
Quería llamar mil veces.
Tal vez mi mente confundió el timbre con noches bajo sábanas con ticket para dos, apestadas en tabaco.
Él abrió, y conforme más se desplazaba la puerta, más abría yo los ojos. Mi cara se resumía en dos puntos azules gigantes sumergidos en un mar sonrojado. Mi cara ardía y una sonrisa impertinente tiró de mis labios, obligándome a hacer lo último que quería en ese instante tan humillante. 
Yo no quería sonrisas domingueras viendo llover por la ventana, ni palabras patrocinadas por el bote de purpurina más grande del mundo, ni abrazos pegajosos en algodón de azúcar. No, yo no quería un encuentro dulce.
Yo quería caminar sobre el fuego junto a él. Morder sus miedos hasta hacerles sangrar y dejar que él lamiera toda mi timidez.
Quería sentirme estúpida e indestructible aferrada desnuda a su guitarra, conociéndonos la una a la otra mientras él saca un par de cervezas sin dejar de mirarme. Yo quería que me compusiese la canción más horrible jamás creada siguiendo las notas de mis lunares. De todos mis lunares.
Quería descubrir sonidos nuevos uniendo nuestros egos agrietados. Despojarnos durante unas horas del tiempo y coherencia, y vestirnos con el deseo eterno.

Y ahí estaba yo, quieta...

-Oye...-empezó él.
-Perdona, creo que no debería ir-dije yo.

...en la parada de metro, con un manojo de deseos bajo mi ropa interior, con una gabardina enamorada de lo prohibido.








No hay comentarios:

Publicar un comentario