sábado, 8 de agosto de 2015

No quiero recordar que...

Intentas recordar. Cierras los ojos. Aprietas fuerte. Te muerdes la frustración para impedir que el olvido salga por las grietas de tu ridícula coraza. No quieres recordar. Pero quieres. No lo necesitas. Pero lo necesitas. Pataleas para que tus sentidos se percaten de lo perdido que estás. Nadie te rescata. Te hundes. Pero una mano tira de ti y vuelves a flote. Para qué. Para ver que no has avanzado ni retrocedido ni un milímetro. Ni la corriente del agua es capaz de moverte. La mano que te ha salvado es la misma que te abofetea en cuanto ve que buscas respuestas al silencio. El ruido te ayuda a sobrevivir en medio de ese ecosistema de neón. Todo te resulta desconocido, pero te sientes seguro. Nadie te mira. No miras a nadie. Y todo el mundo ríe, llora, grita, sonríe, decae. En la tragicomedia que te rodea eres una máscara feliz repleta de colores perfectamente mezclados. 
Qué pasa cuando estás sólo ante el silencio. 
El silencio te obliga a recordar lo que de verdad eres. Tus miedos, tus errores, tus tristezas, alegrías, lágrimas, abrazos fugaces y abrazos partidos, luchas internas y luchas externas, horas bajo la lluvia, despedidas con vuelta de hoja, palabras horribles con punto y aparte, te quieros con punto y final. 
Hay quien dice que el pasado nos hace fuertes. Se equivoca. El pasado nos machaca cada día, pero no queremos verlo. Pasan los años. Viajes en moto, caídas a carcajadas, copas de más, resacas con aroma a incienso, paradas de tren, maletas repletas de emociones desordenadas, apelotonadas en los bolsillos, junto a tu ropa interior. Has sido feliz ¿verdad? Ahora párate. Calla. Deja que el silencio te hable. Bofetada en la cara. Vuelves a hundirte. No eres capaz de ir para atrás, ni para adelante. Sales a flote de nuevo. ¿Por qué? ¿Quién narices me saca? ¿Para qué?
Aveces tienes la gran jodida suerte de haber sido capaz de reunir algo de olvido en tu interior. No lo dejes salir, o sí. Lo mismo da. No hay rendijas lo suficientemente grandes como para dejar escapar todos los vuelcos que tu corazón tuvo que dar por un puñado de malas decisiones tuyas.
Reímos para no recordar las lágrimas que reprimimos en el pasado. Lloramos para no aceptar que aún quedará algo que nos haga reír. 
No queremos recordar. No queremos olvidar. No quiero recordar que todo lo he olvidado.




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