lunes, 5 de enero de 2015

Me quedé con las manos metidas en tus nubes

Cuando te esperé tardaste un infinito en aparecer. Rompiste cada una de las palabras que te escribía a oscuras y reíste con cada mirada que te regalaba bajo la luz del sol.
Para el día en el que llegaste, ya sólo quedaba un atardecer repleto de sílabas desorientadas y horizontes apagados. Todo estaba muerto y pretendías encontrar cometas impulsadas por una emoción que hacía tiempo había dejado de existir.
Te acercaste a mi y lo único que pude entregarte fueron los trozos de las lunas del ayer. Trozos inertes de pasiones en pausa. Pausa llena de lágrimas sin firma.
Esperé una vida por ti y me robaste dos eternidades en la mediocridad de un beso.
Yo no quería tus besos, no lo entiendes.
Yo quería que te marcharas nada más verme, para tener una excusa que darle al tiempo cuando me recriminase lo mucho que había tardado en dejar de quererte. Sí, de quererte a ti, la razón de todos mis odios.
Un segundo me bastó para robarte el infinito que me debías. Ahora tendrás que esperar tú. Puedes comenzar tu colección de lunas escarchadas por el frío del vacío. Algún día juntaremos tus pedazos con los míos. Tal vez así el atardecer sea digno de mis cometas. Tal vez, el tal vez no nos sirva.


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