lunes, 19 de enero de 2015

Cuatro minutos

No me acerco a ti por el temor de perder la luna a los cinco minutos de estar frente a frente. El miedo a querer estar encerrada en el laberinto de tu mente me impide colocar la mía.
Aún guardo un rincón de mi alma por si algún día decides entrar. Siento si cuando entres encuentras polvo y telarañas, debes entender que jamás nadie ha pisado por allí.
No me dejes echar la llave a nuestros besos. No permitas que las estrellas descubran que tú y yo no somos esa tragicomedia por la que tantas noches suspiraron desde allí arriba.
Da una oportunidad a mis palabras; sé que mis letras no son perfectas, pero también sé que hace tiempo morías por oír algunas de ellas, susurradas en la comisura de tus labios.
Desafiame con tus mentiras. Las estoy esperando.
No dejes que me peine tras demostrarme que eres tan idiota como yo. No dejes que me largue sin antes recordarme que ese no es el final de nada. Nada, joder.
No dejes que el amanecer intimide a nuestros gritos desesperados en el silencio de la madrugada; gritos que buscan un abrazo, o un empujón. O ambas cosas. Deja que no quiera contarte nada, para luego contarte infinitos apoyada en ti.
Sería capaz de negarme a salir de tu laberinto aún sabiendo la salida.
Hazlo todo, pero no quieras llegar al quinto minuto, o tendré que soltarte el humo de mi cigarrillo en la cara, para luego decirte que no me voy a ninguna parte sin ti.

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