miércoles, 17 de septiembre de 2014

Imaginemos un mundo ciego



Imaginemos un mundo ciego.

Un mundo en el que nada estuviese inventado, en el que todas las palabras fuesen únicas y despertasen en nosotros escalofríos en el alma. Un mundo sin verdades ni mentiras, donde todo fuese, sin más.

Imaginemos que podemos correr por la calle, gritando sin motivos, felices y despojados de prejuicios. Que coger una flor crecida en el asfalto no imantase miradas burlonas. Que reír bajo la lluvia por el simple hecho de mojarnos fuese como una canción más del disco de la vida, y no una interferencia extraña de la radio.

Imaginemos que los besos fuesen nubes y tuviesen tantas formas como sabores tiene la heladería más grande jamás creada.

Imaginemos, por qué no, que la vida es un helado, frío y cálido al mismo tiempo, que deja un regusto dulce en nuestros labios con cada etapa superada.

Un mundo sonrojado con la luna, valiente con el sol.

Tal vez, podrían existir caricias eternas, historias infinitas resumidas en sonrisas.

Imaginemos un mundo vacío de principios y lleno de nobleza.

Que los conceptos morales no determinan nuestra forma de pensar, siendo prescindibles ante una cogida de manos de dos desconocidos que cruzan juntos el puente del miedo, riendo sin barreras, sin saber que el miedo, es miedo.

Imaginemos que conocemos el amor y lo acunamos entre todos en la cuna del odio, siendo este último un simple soporte penitente obligado a sostener a su amo.

Imaginemos que el mundo es imaginar, que nada existe y todo es posible. Que lo conocido y desconocido es irreal.

Que el rencor, la envidia, la maldad, el enfado, la avaricia y el egoísmo son tormentas mitológicas, palabras que nadie se esforzó en inventar por falta de necesidad.

Imaginemos un mundo ciego. Imaginemos que somos humanos.




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