domingo, 21 de septiembre de 2014

Bellas orugas

Aburrida en casa, sentada en el sofá, disfrutaba de mi día libre y a la vez pensaba en lo insustancial que es el tiempo cuando es pleno para ti y todo lo que te apetece hacer se resume en nada. Es decir, quieres hacer mil cosas pero en realidad sabes que ninguna es posible y sólo te queda la opción de hacerte un café y mirar por el balcón sin ganas.
Igual soy yo, que no tengo valor de gritar cuando tengo ocasión de hacerlo, qué se yo.
En efecto, me tomé mi café, cuando se me ocurrió salir al parque con mi hermana pequeña, quien aceptó.
Allí fuimos, libro en mano, dispuestas a encontrar el mejor trozo de cesped, lejos de la gente y cerca de los columpios, para acecharlos con disimulo.
Acabamos en un banco, rodeadas de gente por todas partes. Misión fallida.
Mi hermana y yo somos tímidas y odiamos todo. Sí, todo menos las pequeñas cosas que te hacen sonreír y desconoces por qué, pero sabes que es verdad, pequeños instantes bellos sin pretenderlo.
Ella me propuso cantar una canción de The Smiths, grupo que podría definirse como el perfecto amante. Frankly Mr. Shankly fue la elegida; es graciosa y extraña, ridículamente perfecta.
Y allí estábamos las dos, letra en mano, cantando despreocupadas, riendo por nuestro inglés de pega,  ignorando risas y miradas burlonas. Sabíamos que no cantábamos bien, pero eso era lo mejor. ¡Éramos todas unas artistas marginales!
Plenas de felicidad, sí, por las pequeñas cosas que te hacen gigante.
Lo que sucedió después es historia.
Terminé en urgencias llena de picaduras de orugas que escalaron a nosotras en pleno momento de euforia.
Y qué demonios, seguimos recordando ese día entre risas, de esas que hacen a mi hermana darme golpes en la espalda, lo cual es un adorable acto de amor y confianza por su parte hacia mi. Si me lees, no dejes de hacerlo.
Y es que hay días vacíos por completo, y hay minutos llenos a rebosar, capaces de cubrir con su intensidad meses de oscuridad.
Fame, fame, fatal fame.




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