viernes, 12 de septiembre de 2014

Hacer el amor para luego deshacerlo

Mis pasos se vieron sorprendidos por el tic tac del reloj. Descendí la mirada casi obligada por los gritos que arropaban mis entrañas con recuerdos apagados.
La espiral de besos pasajeros abofetearon mis labios dejando en ellos un leve sabor a canela.
Desabroché mi vestido y me miré no sin cierto recelo en el espejo cuyo cristal estaba siendo violado por centenas de hilos de mimbre. Todo opaco. Mi reflejo me devolvió tu mirada vertiginosa rodeando mi cintura, y tus manos mirando mis senos con insultante delicada insinuación.
No soportaba ver su sonrisa clavada en mis labios y opaqué todo sin vacilar lo más mínimo.
Y me dejé caer, forzando a las sábanas a fundirse en un abrazo con mi espalda, con pesadez mal disimulada. Terminé lo que había empezado desprendiéndome del viejo vestido.
El rojo tiró del naranja y el naranja tiró del amarillo y los tres colores ardieron en perfecta sinfonía.
Arrojé mi vestido y el fuego hizo el amor con él hasta deshacerlo en ardiente deseo impuesto.
Cogí un cigarrillo y lo encendí, sentándome desnuda junto a la atracción que calentaba mi cuerpo con agrado. Agrado que por segundos se convertía en hostil desgarro.
Eché un fugaz vistazo a mi alrededor. Pasé una mano por mi cabello adolescente, enfadado y burlón; sonreí con seriedad mientras mi labio inferior se dejaba pisotear cual vasallo por mis dientes.
Y ahí quedé durante toda la noche, pensando en descoser la opacidad de mi ser. Pensando en tirar las sábanas al fuego para tener una absurda excusa para llamarte.
Pero no hice nada, salvo continuar dañando mi labio inferior. Hasta que un leve hilo rojizo se dejó caer con inocencia para perderse entre mis pechos.

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