Te encontré asustado. Escondiéndote de ti mismo. No creías en ti, ni siquiera yo creía en ti. No podía mirarte a los ojos, tu pelo me lo impedía. Nunca te dije "aparta ese mechón". No quería mirarte.
Eras una negación en mis ojos. Un tachón indiferente. Una mancha de vino en una prenda a punto de ser tirada.
Y ahí estabas, tiritando de frío en mitad del desierto. El sol no daba tregua a tus miedos. Me acerqué varios pasos sabiendo de antemano que no mediaría palabra contigo. Me daba igual tu dolor. Nada me unía a ti. Dos desconocidos que nunca fingieron ser algo que no eran.
Alzaste la mirada, me miraste apartándote aquel mechón de la cara. Vi tus ojos por primera vez. No me gustaron, pero quería mirarlos. Sonreías con las pupilas, con todo tu dolor a cuestas. Camuflabas tu desolación para obligarme a buscarla por mi cuenta. De veras querías que la encontrarse, pero no para hacerme daño ¿verdad?
Me gritaste con el silencio más abrumador del mundo. Un escalofrío invadió cada uno de mis sentidos. Desnudaste mi alma en cuestión de milésimas de segundo. Había eco dentro de tu corazón. Un camino de escarcha nos separaba. Pero me gritaste, joder. Y me drogué con el movimiento de tus párpados.
Ni una palabra.
No pensabas hablar ¿eh? No me conocías y en cambio, de pronto el mechón ya no estaba ahí, tapándote de mi. Sentí tu dolor, tu incertidumbre. Me contagié de la felicidad de tus manos inquietas.
Tu sonrisa salió de su zona de confort y yo te tendí la mía.
-¿Dónde te habías metido?-dijiste.
-Ayúdame a quitar toda esta escarcha y luego te lo cuento.
El sol volvía a brillar. O tal vez era la luna, ya no lo recuerdo.
Has aterrizado en un planeta desconocido. Caminas por las calles. No sabes dónde estás. Aceleras el paso. Miras de un lado a otro. Nada te es familiar. Anda, plantas. De eso hay en tu planeta. Te acercas y las hueles. No es igual. Llegas a un bar hasta arriba de ¿personas? Sí, humanos, dicen. Tu mirada no tarda en percatarse en algo que está mal. Esa chica no te quita la vista de encima. Vaya ojos más raros. Es bonita, piensas. No debes mirarla, no se te ha permitido comunicarte con nadie. Sales de ese sitio, lo más rápido que puedes. Mierda, ella te está siguiendo. Corres por las calles, de pronto desiertas y frías. No entiendes por qué huyes, pero lo haces; debes hacerlo. Llegas a un callejón ¡sin salida! Joder, tienes que pararte, tu raza aún no sabe atravesar paredes, deja de alucinar. Y ahí está ella. Sonriente. No parece sorprendida por tu aspecto extraterrestre. -¿Por qué corres? No contestas. Ni siquiera entiendes su idioma. Suena desagradable, pero su voz es bonita, algo chillona para tu gusto, eso sí. Le haces un gesto con la mano. Ella da un paso al frente. No está impresionada. No, para, qué haces, no la sonrías. La sonríes. Dais un paso al frente ambos. Se ha hecho de noche y de día a la vez. Extraña sensación; extraterrestre situación. Os reís, juntáis vuestras manos. Salís corriendo sin mirar atrás. Sabes que vas a desaparecer por tu inoportuno comportamiento. ¿No te importa? Vaya, lo que imaginaba. -¿Hay vida en marte?-pregunta ella sin dejar de correr y reír. Tú la miras, qué narices habrá dicho. Desapareces de golpe. Ella frena en seco. Vuelves a notar el pasar del tiempo. -¿Quién me habla? Ahora te toca a ti. Eres una estúpida osada. Le has hecho desaparecer. -¿Qué? Deja de mirar al cielo. No vas a verme. Soy la voz de lo imposible. Despierta. El despertador suena, como cada mañana. Ella se levanta de la cama y encuentra una nota en su mesilla. "Claro que hay vida en Marte. Volveremos a vernos".
Acepta cada parte de tu historia. No machaques lo que fuiste aunque el dolor haya comprado todas las entradas de la función. Déjate caminar por el fracaso y la victoria, aún sabiendo que acabará en desastre. Deja que el sufrimiento visualice desde su butaca cada lágrima; cada decepción. Aplaudirá cuando caes, abucheará cuando sonrías, pero permitirá que finalices tu actuación. Y eso es lo que pienso hacer yo contigo; conmigo. Con nosotras.
Hace años conocí la frescura de una mirada cristalizada por la miel de una mente sin puertos ni tormentas. Esa mirada me hizo creer que los recortes de revistas antiguas eran el mayor entretenimiento del mundo. Que imaginar mundos paralelos de madrugada no era para nada disparatado. Me enseñó a apreciar los silencios y a llorar en un tren repleto de caras sin rostro para luego reír a carcajadas imaginando rotos y descosidos en el paisaje.
Ya nada de eso existe, no puedo recordar ni entender por qué aquello me parecía tan maravilloso. Pero no dejaré que deje de existir. Ella, en el pasado, siempre sentirá mariposas en el estómago. Nadie puede matar eso.
También descubrí lo que eran las despedidas fugaces; tan llenas de sueños y desconcierto, siempre a punto de estallar. A punto de fusionarse en realidades animadas, tentadoras y contradictorias como una noche de sexo bajo el sonido del alcohol en tu cabeza. "Hazlo, total, ya estás acabada, pota más tarde". Guitarras eléctricas con olor a pólvora. Colillas pisoteadas por la lujuria. Mentiras escupidas en la cara de la inocencia.
Aprendí a correr cuesta abajo, sin zapatos, con la falda ladeada, despeinada por el viento del calor encerrado en la intimidad de unas persianas bajadas. Esas despedidas me enseñaron a volver una y otra vez; a irme una y otra vez. A conocer la coherencia de la incoherencia cuando de amar se trata.
Aprendí que las vendas en los ojos nos las ponemos nosotros mismos en un arrebato de desesperación personal y que mientras estamos a ciegas, qué maravilloso puede ser el mundo.
Ya nada de eso existe, no puedo recordar ni entender por qué aquello me parecía maravilloso.
Pero no dejaré que deje de existir. Ella, en el pasado, siempre sentirá la adrenalina del miedo en sus mejillas.
Nadie puede matar eso.
Descubrí muchas otras cosas. Horribles. Fantásticas. Fascinantes y devastadoras. A arrancarme el dolor a base de golpes; a olvidar bajo amenaza de mis instintos. A salir de casa con una sonrisa forzada por unas lágrimas agotadas de viajar por mi cara. A darme contra el muro de la realidad una y otra vez, buscando un rayo que me devolviese la verdad de aquello que no existe. Mi verdad, la que yo quería. Sí, ese puñado de mentiras que necesitas cerca para construir algo de cordura a tu alrededor. Jodida cordura y sus estúpidas leyes.
Aprendí a dejarme llevar, aún intuyendo la maldita caída que me esperaba. A disfrutar aunque el tiempo no estuviese de mi parte; a llorar aunque no tuviese tiempo para ello.
"No dejaré de sentirlo". Y pasa. Y ella, sí, la del pasado, se queda sola y abandonada, porque ella siempre seguirá sintiéndolo.
Y he olvidado tantas cosas, que borraría todo esto a base de tiros de escopeta, letra por letra. Qué rabia cuando olvidas añadir todo aquello que de verdad es importante. Qué mierda cuando has dejado atrás lo que no querías dejar.
Pero ella...ella siempre recordará y dejará erizar sus sentidos por todo aquello que ya no puedo recordar.
Intentas recordar. Cierras los ojos. Aprietas fuerte. Te muerdes la frustración para impedir que el olvido salga por las grietas de tu ridícula coraza. No quieres recordar. Pero quieres. No lo necesitas. Pero lo necesitas. Pataleas para que tus sentidos se percaten de lo perdido que estás. Nadie te rescata. Te hundes. Pero una mano tira de ti y vuelves a flote. Para qué. Para ver que no has avanzado ni retrocedido ni un milímetro. Ni la corriente del agua es capaz de moverte. La mano que te ha salvado es la misma que te abofetea en cuanto ve que buscas respuestas al silencio. El ruido te ayuda a sobrevivir en medio de ese ecosistema de neón. Todo te resulta desconocido, pero te sientes seguro. Nadie te mira. No miras a nadie. Y todo el mundo ríe, llora, grita, sonríe, decae. En la tragicomedia que te rodea eres una máscara feliz repleta de colores perfectamente mezclados. Qué pasa cuando estás sólo ante el silencio. El silencio te obliga a recordar lo que de verdad eres. Tus miedos, tus errores, tus tristezas, alegrías, lágrimas, abrazos fugaces y abrazos partidos, luchas internas y luchas externas, horas bajo la lluvia, despedidas con vuelta de hoja, palabras horribles con punto y aparte, te quieros con punto y final. Hay quien dice que el pasado nos hace fuertes. Se equivoca. El pasado nos machaca cada día, pero no queremos verlo. Pasan los años. Viajes en moto, caídas a carcajadas, copas de más, resacas con aroma a incienso, paradas de tren, maletas repletas de emociones desordenadas, apelotonadas en los bolsillos, junto a tu ropa interior. Has sido feliz ¿verdad? Ahora párate. Calla. Deja que el silencio te hable. Bofetada en la cara. Vuelves a hundirte. No eres capaz de ir para atrás, ni para adelante. Sales a flote de nuevo. ¿Por qué? ¿Quién narices me saca? ¿Para qué? Aveces tienes la gran jodida suerte de haber sido capaz de reunir algo de olvido en tu interior. No lo dejes salir, o sí. Lo mismo da. No hay rendijas lo suficientemente grandes como para dejar escapar todos los vuelcos que tu corazón tuvo que dar por un puñado de malas decisiones tuyas. Reímos para no recordar las lágrimas que reprimimos en el pasado. Lloramos para no aceptar que aún quedará algo que nos haga reír. No queremos recordar. No queremos olvidar. No quiero recordar que todo lo he olvidado.
Somos las sobras de la incoherencia. Amarrados al mástil del tiempo. Andamos a rastras por el húmedo suelo del miedo. Intentamos ponernos en pie, pero la tormenta nos lo impide. Ahogados por la sequía de nuestra mente.
Todas las palabras están de más; escribir es sólo el reflejo de lo que murió. Un espejo sin realidad, sin ficción. Un espejo vacío, sin nada que mostrar.
Queremos sentir, pero ya es tarde para nuestros deseos, que, cansados de esperar, han marchado a los labios de otros.
Sonrío con lágrimas mientras recojo el equipaje de mis instintos. Aquí no hay estaciones ni carreteras ardientes por la fricción de millones de sueños impacientes por convertirse en verdad. No hay nada, salvo una botella vacía y sin etiqueta, tirada junto a mis pies.
Miro mi reloj. Es tarde y en cambio siento que aún es demasiado temprano. Jamás preguntes al amanecer qué tren coger, te dirá que todos; te dirá que da igual en qué tren subas, si nunca llegarás a donde quieres.
Siempre seremos las sobras de la cordura. El primer plato de la locura.
No quedan sueños en nuestras cabezas de hojalata. Estamos vacíos por dentro.Nos paramos a charlar con la vanidad; ya apenas cerramos los ojos imaginando que volvemos a ser niños. No podemos ver nuestra infancia cuando la hemos matado a base de recortes de prensa y carcajadas enmascaradas.Hace tiempo que dejamos de correr calle abajo en busca de un globo. Ahora sólo corremos para corrernos en la desgracia ajena. El placer del dolor excita a nuestras entrañas. Pretendemos que las mentiras sean verdades y estallamos en ira cuando la bondad intenta hacerse hueco en nuestras vidas. Pero no nos engañemos, somos las mil caras del cinismo más abstracto. Queremos que todo el mundo vea que todavía nos preocupamos de los que caen, cuando en realidad les empujamos a caer más fuerte. La fuerza del débil nos asusta porque en ella hay humildad. No consentimos que una sonrisa se nos escape sino estamos siendo enfocados; sino somos espectáculo cosido al despropósito humano.
Llevamos flores a nuestras propias tumbas para que el resto piense que nos lamentamos de lo que hemos dejado morir. Nos hemos convertido en monstruos, pero que nadie crea que ha sido por voluntad propia. Mejor dejemos que las luces del escenario continúen iluminando nuestra mediocre existencia. Payasos, arlequines y bailarinas maquillan sus heridas sabiendo que ya nadie tiene una razón para amar.
Nuestros ojos lloran ríos de noches sin estrellas.
Aplaudamos. Somos el parásito de la Tierra, lo hemos conseguido.
Vértigo es una palabra inapropiada para ti, no sabes resumir el tiempo perdido con un grito. Durante varios infinitos creí que eras capaz de volar sin miedo a caer. Y no te engañes, sé que nunca tuviste alas, pero a ti no te hacían falta. Con una palabra podías alzarte sobre los sueños acurrucados de mis entrañas. Y ahora has encontrado el camino a ellos, los has despertado y acuchillado sin remordimientos. No puedes ser más la más bonita canción que un día pensé escribir para ti. Te has quedado tan sólo en estribillo opaco, de esos que nadie recuerda. Ni siquiera yo, que siempre recuerdo el desastre. No sé qué has hecho con la cuerda de mi paracaídas, pero, sé que ya no puedo saltar sin morir en el intento. Te has llevado el soporte de mis impulsos a media noche. Has recopilado los vinilos del desamor para escucharlos cada día; para recordarme que esos no se rayan jamás. Evitas las pausas entre grito y grito porque sabes que en el silencio podemos perdernos para siempre. No, no puedes ser vértigo. No puedes ser la causa de que mis sábanas nunca estén bien colocadas. Fingí quererte tan fuerte que terminé creyendo que éramos marionetas de una función sin final. Una función sin espectadores, pero repleta de estrellas de aluminio y paisajes de papel pinocho. Tal y como a mi me gustaba. Nunca quise la realidad teniendo el número de teléfono de la imaginación a mi alcance. Tú nunca te dignaste a llamarla y te quedaste hundido en la tenuidad del asfalto. Podrido en un mundo contaminado. No voy a quedarme más aquí. Quédate con nuestros recuerdos. Yo me quedo con nuestra locura corrompida. La necesito para amarte, aún cuando ya no queda amor. No intentes cambiarme, ya puedo saltar sin sentir el tacto de tus dedos en los míos. Eres frío y yo sólo vivo en el calor del vértigo.