Qué pasa cuando estás sólo ante el silencio.
El silencio te obliga a recordar lo que de verdad eres. Tus miedos, tus errores, tus tristezas, alegrías, lágrimas, abrazos fugaces y abrazos partidos, luchas internas y luchas externas, horas bajo la lluvia, despedidas con vuelta de hoja, palabras horribles con punto y aparte, te quieros con punto y final.
Hay quien dice que el pasado nos hace fuertes. Se equivoca. El pasado nos machaca cada día, pero no queremos verlo. Pasan los años. Viajes en moto, caídas a carcajadas, copas de más, resacas con aroma a incienso, paradas de tren, maletas repletas de emociones desordenadas, apelotonadas en los bolsillos, junto a tu ropa interior. Has sido feliz ¿verdad? Ahora párate. Calla. Deja que el silencio te hable. Bofetada en la cara. Vuelves a hundirte. No eres capaz de ir para atrás, ni para adelante. Sales a flote de nuevo. ¿Por qué? ¿Quién narices me saca? ¿Para qué?
Aveces tienes la gran jodida suerte de haber sido capaz de reunir algo de olvido en tu interior. No lo dejes salir, o sí. Lo mismo da. No hay rendijas lo suficientemente grandes como para dejar escapar todos los vuelcos que tu corazón tuvo que dar por un puñado de malas decisiones tuyas.
Reímos para no recordar las lágrimas que reprimimos en el pasado. Lloramos para no aceptar que aún quedará algo que nos haga reír.
No queremos recordar. No queremos olvidar. No quiero recordar que todo lo he olvidado.
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