No quedan sueños en nuestras cabezas de hojalata. Estamos vacíos por dentro.Nos paramos a charlar con la vanidad; ya apenas cerramos los ojos imaginando que volvemos a ser niños. No podemos ver nuestra infancia cuando la hemos matado a base de recortes de prensa y carcajadas enmascaradas.Hace tiempo que dejamos de correr calle abajo en busca de un globo. Ahora sólo corremos para corrernos en la desgracia ajena. El placer del dolor excita a nuestras entrañas. Pretendemos que las mentiras sean verdades y estallamos en ira cuando la bondad intenta hacerse hueco en nuestras vidas. Pero no nos engañemos, somos las mil caras del cinismo más abstracto. Queremos que todo el mundo vea que todavía nos preocupamos de los que caen, cuando en realidad les empujamos a caer más fuerte. La fuerza del débil nos asusta porque en ella hay humildad. No consentimos que una sonrisa se nos escape sino estamos siendo enfocados; sino somos espectáculo cosido al despropósito humano.
Llevamos flores a nuestras propias tumbas para que el resto piense que nos lamentamos de lo que hemos dejado morir. Nos hemos convertido en monstruos, pero que nadie crea que ha sido por voluntad propia. Mejor dejemos que las luces del escenario continúen iluminando nuestra mediocre existencia. Payasos, arlequines y bailarinas maquillan sus heridas sabiendo que ya nadie tiene una razón para amar.
Nuestros ojos lloran ríos de noches sin estrellas.
Aplaudamos. Somos el parásito de la Tierra, lo hemos conseguido.
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