Hace años conocí la frescura de una mirada cristalizada por la miel de una mente sin puertos ni tormentas. Esa mirada me hizo creer que los recortes de revistas antiguas eran el mayor entretenimiento del mundo. Que imaginar mundos paralelos de madrugada no era para nada disparatado. Me enseñó a apreciar los silencios y a llorar en un tren repleto de caras sin rostro para luego reír a carcajadas imaginando rotos y descosidos en el paisaje.
Ya nada de eso existe, no puedo recordar ni entender por qué aquello me parecía tan maravilloso. Pero no dejaré que deje de existir. Ella, en el pasado, siempre sentirá mariposas en el estómago. Nadie puede matar eso.
También descubrí lo que eran las despedidas fugaces; tan llenas de sueños y desconcierto, siempre a punto de estallar. A punto de fusionarse en realidades animadas, tentadoras y contradictorias como una noche de sexo bajo el sonido del alcohol en tu cabeza. "Hazlo, total, ya estás acabada, pota más tarde". Guitarras eléctricas con olor a pólvora. Colillas pisoteadas por la lujuria. Mentiras escupidas en la cara de la inocencia.
Aprendí a correr cuesta abajo, sin zapatos, con la falda ladeada, despeinada por el viento del calor encerrado en la intimidad de unas persianas bajadas. Esas despedidas me enseñaron a volver una y otra vez; a irme una y otra vez. A conocer la coherencia de la incoherencia cuando de amar se trata.
Aprendí que las vendas en los ojos nos las ponemos nosotros mismos en un arrebato de desesperación personal y que mientras estamos a ciegas, qué maravilloso puede ser el mundo.
Ya nada de eso existe, no puedo recordar ni entender por qué aquello me parecía maravilloso.
Pero no dejaré que deje de existir. Ella, en el pasado, siempre sentirá la adrenalina del miedo en sus mejillas.
Nadie puede matar eso.
Descubrí muchas otras cosas. Horribles. Fantásticas. Fascinantes y devastadoras. A arrancarme el dolor a base de golpes; a olvidar bajo amenaza de mis instintos. A salir de casa con una sonrisa forzada por unas lágrimas agotadas de viajar por mi cara. A darme contra el muro de la realidad una y otra vez, buscando un rayo que me devolviese la verdad de aquello que no existe. Mi verdad, la que yo quería. Sí, ese puñado de mentiras que necesitas cerca para construir algo de cordura a tu alrededor. Jodida cordura y sus estúpidas leyes.
Aprendí a dejarme llevar, aún intuyendo la maldita caída que me esperaba. A disfrutar aunque el tiempo no estuviese de mi parte; a llorar aunque no tuviese tiempo para ello.
"No dejaré de sentirlo". Y pasa. Y ella, sí, la del pasado, se queda sola y abandonada, porque ella siempre seguirá sintiéndolo.
Y he olvidado tantas cosas, que borraría todo esto a base de tiros de escopeta, letra por letra. Qué rabia cuando olvidas añadir todo aquello que de verdad es importante. Qué mierda cuando has dejado atrás lo que no querías dejar.
Pero ella...ella siempre recordará y dejará erizar sus sentidos por todo aquello que ya no puedo recordar.
Nadie puede matar eso.
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