jueves, 21 de junio de 2018

Descanso injustificado

Siempre supuse que ser adulta no se me daría bien. No sé planear a largo plazo ni hojear revistas de muebles. No veo las cosas bajo perspectivas cerradas. Todo lo veo de mil formas diferentes y nunca sé a ciencia cierta cuál es la buena.
Se me da bien escapar cuando algo no me gusta lo suficiente. No me paro a analizar si el siguiente paso es acertado, tan sólo lo doy y me adapto a mi decisión hasta que encuentro algo que me haga más feliz que lo anterior. 
Pero la puta verdad es que nunca llego a esa felicidad. Y cada vez estoy más cansada de luchar por algo que nos han vendido y que en realidad no existe.
Asi que prefiero seguir cayendo y riendo a partes iguales. Al fin y al cabo, nadie se hace adulto del todo nunca.

jueves, 5 de abril de 2018

No espero pero espero


Ahí estaba yo, serena y en tregua conmigo misma, en esas calles que un día fueron rutina para mí, intentando cerrar herméticamente los recuerdos de otras calles que no llegaron a ser rutina, pero sí la más bella y disparatada representación del verbo vivir.

Cierro los ojos para poder ver todo lo que necesito en ese momento, tan incompleto que es perfecto de un modo u otro. La brisa me toca un hombro. Siento una puñalada en el pecho. Caen las cenizas.

Un paseo bajo la nieve. Mañanas de bacon y huevos fritos. Besos furtivos en los pasillos. Esperas en la parada de autobús tiritando de frio. Camas sin hacer. Planear viajes en los bares. Y esas escaleras hasta el tercer piso. Una pecera. Un cepillo de dientes. Esos pantalones de deporte como símbolo de discusiones. Coldplay en la noche mas feliz de mi vida. Naranja y ron en la cocina. Vino y juegos en el salón. Y ese bar en plena cuesta. Visitas de madrugada. Cigarros en el patio. Noticias importantes en los olivos. Amor vestido de traje. Uñas pintadas de colores. Películas y decisiones apoyadas por abrazos. Disfraces de oso. Cervezas en el garaje. Una mirada sin censura.

Abro los ojos sintiendo el orden dentro del desorden. Vuelvo a cerrarlos un instante y oigo ese débil portazo; siento ese nudo en la garganta de camino a casa, entendiendo todo sin ser capaz de decir nada.
Ya no quedan cenizas, pero todavia guardo ese cepillo de dientes.


jueves, 22 de marzo de 2018

Parte I

Durante mucho tiempo había intuido esa escena perfecta para mí. Ese lugar, cargado de melancolía, historias y cierta libertad salvaje. Esa postal en colores cálidos pero apagados al mismo tiempo, fácil de encajar bajo la melodía de Between the bars, de Elliott Smith. Sí, desde hacía años, gracias a las pinceladas de varias noches en vela, sabía, sin saber, el sitio en el que sería plenamente feliz. No era un lugar en el que quisiese vivir, ni en el que quisiese pasar una noche entera siquiera, tan sólo era el sitio al que debía ir, para transformar ese instante en la razón del resto de instantes de mi vida.






El problema era que no sabía cómo llegar ahí, ya que desconocía el verdadero trasfondo y significado de lo que quería. Es curioso reconocer fugazmente el calor y la nostalgia de un momento que jamás se ha producido. Creo que no hay nada más real que sentir por algo que no existe. Es ahí cuando entran en juego tus sentimientos más profundos, esos que dejas de lado cada día, pero sabes están ahí, a la espera de una canción que los revuelva, o de una mirada que les haga escalar al exterior. Cuando algo es evidente, las emociones también lo son. Cuando la imaginación debe moldear lo intangible, las emociones te rasgan el alma.
Dos recuerdos son los precedentes a ese momento de plena consciencia de mi ser. Una noche disfrazada de oso junto a una tienda de campaña, observando las ramas de un árbol, con esas personas que tantos instantes han estado a mi lado. Esa noche me pareció vivir dentro de una escena de Donde viven los monstruos. Magnífica, surrealista y llena de magia.




La segunda vez que pude intuir ese lugar perfecto fue escuchando música en un piso compartido. Era una noche de invierno, tres personas en el salón bebiendo vino y jugando a eso de reconstruir pedazos sueltos de nuestras vidas a base de canciones y grandes consejos. No recuerdo la canción que hizo clic en mi interior, pero sí recuerdo el vídeo. Una chica estaba en un bosque, libre, salvaje, desgarradoramente viva. Tan sencilla y tan compleja al mismo tiempo. Creo que la mezcla de vino, música y vivencias me hizo sentir un flashback de esa postal cálida y apagada al mismo tiempo.

Y entonces una maleta y esas estaciones de tren...






domingo, 8 de octubre de 2017

Vuelta


Entré en mi habitación dejando atrás el olor de la madera y las copas a medio terminar, recogiendo en mi mente cuidadosamente las ultimas risas, llantos y palabras. Todo estaba muy vacío a mi alrededor, y al mismo tiempo repleto de recuerdos y emociones. Tardé mucho en dormir esa noche y muy poco en despertar. Con mis ojeras a modo de guías dejé mi habitación. Qué narices…dejé mucho más que eso. Hacia frio, Mark and Spencer estaba abierto, aun conservaba algún que otro globo en la puerta de la inauguración del día anterior, entre a por un café y me despedí de la dependienta sabiendo que ese ‘bye, see you soon’ no iba solo para ella, sino para todo Aviemore, para toda Escocia.

El resto del viaje no importa. Estación de tren, aeropuerto y maletas poco estables desafiando el tiempo de espera (y mis nervios). Un cigarro. Un café. Una bebida extraña. Otro café.

Llegada a Madrid. Uau. Sin más. Uau. Me tiemblan las manos, me arreglo el pelo a cada segundo, como si eso pudiese mantener mi mente distraída. Allí estaba, y todas mis palabras, pensamientos, escritos y sueños quedaron comprimidos en tan solo un segundo, a punto de desvanecerse todos ellos.

Pasan las horas. La noche en Toledo me recuerda lo que es el verano. Es agradable, pero mi mente está muy ocupada haciendo puzzles, sin ser consciente de las piezas perdidas. La resaca de sonrisas torcidas me abruma al despertar. Tomo un café y suspiro por dentro, resignada ante el fracaso de mis intentos nocturnos por completar lo imposible de completar. Voy a casa creyendo ser capaz de encontrar esas piezas. Igual están perdidas en la maleta, o tal vez las he dejado en Escocia…

Pasan los días. Las semanas. Es agradable estar en casa de nuevo, aprendiendo a cada momento lo que es vivir siendo frío en medio del calor.

De vez en cuando me pierdo mirando por la ventana, observando la luna, imaginando cómo será su cara oculta, sonriendo al recordar esos ojos que se preguntan lo mismo de vez en cuando. Me gusta el silencio de la noche, me deja el tiempo que necesito para rescatar mis recuerdos. No los quiero arropar, sino guardar. La brisa me los brinda y yo hago el resto.

Esos ojos que se preguntan cosas suelen estar a mi lado. Los miro a ratos, no mucho, no vaya a darse cuenta de lo mucho que me gusta tenerlos cerca. Aún a veces echo de menos esas ultimas risas, llantos y palabras, esa habitación con olor a vainilla y rendijas en la ventana, pero sé que solo tengo que girar la vista para recordar por qué merece la pena la brisa en mi cara.







jueves, 29 de junio de 2017

No me gusta...

...Tener ideas maravillosas por las noches y quedarme dormida antes de apuntarlas.
Decir "lo siento" para protegerme.
Las charlas obligadas.
Ver trozos de plástico en el suelo.
No tener leche para el café al despertar.
Tener agujeros en los calcetines.
La filosofía de pega actual.
El oro.
Ninguna película donde la protagonista despierte maquillada y peinada, y sonriendo, claro (pum, mi cabeza explota con ese combo).
Recibir una visita antes de desayunar. A menos que esa visita traiga café, en ese caso, mi casa es tuya.
El desprecio.
Dormir más de una hora sin cambiar la almohada de lado.
El despropósito.
La impertinencia de una opinión de mierda.
Mi puto teclado.
Que el epílogo de un libro sea más interesante que el libro.
Que la portada sea más bonita que la historia.
La mentira a medias. Si me mientes, miénteme de verdad, puedes meter hasta unicornios si quieres.
Mi alarma bucólica para despertar. Está bien para la protagonista peinada y maquillada de la peli, pero a mi tírame un vaso de agua, total, no se va a notar en mi ánimo, soy insoportable las 24 horas del día.
No tener paciencia.
Ah, y ser nula en ciencia.
Leer un absurdo juego de palabras (toma, Andrea de hace cinco segundos).
La vulgaridad.
La elegancia basada en el lujo y la gilipollez.
Mi pelo tras una noche de fiesta.
Que explote una bombilla estando sola. Si hay gente me rio.
Llorar con tanta facilidad.
Luchar por nada.
Lo fácil.
Esto. Debería parar.
Que el asa del bolso se caiga todo el rato.
Que llueva cuando estoy contenta.
Moquear cuando estoy nerviosa por algo.
Ver a las nubes moverse. Me hace sentir que debo darme prisa.
La gente que se identifica con cada historia que lee.
El día.
La tarde.
La noche.
No, esas tres últimas sólo eran para quedarme con vosotros. Y porque empiezo a quedarme sin ideas.
...
Quedarme sin ideas.







viernes, 16 de junio de 2017

A vista de pájaro

La espera no era diferente a la llegada. El adiós era el reflejo del regreso. La música más bella era sólo una copia barata del silencio más devastador. La lluvia secaba cada recoveco de mis desastres. El amor ponía al odio entre la espada y la pared. La mentira susurraba a la verdad lo que ésta tenía que contar al mundo. Los secretos buscaban un megáfono mientras la evidencia dormía en un rincón con timidez. La oscuridad leía cuentos al Sol. Los versos eran puentes de párrafos partidos en dos. Las miradas de la gente buscaban los labios cadavéricos de la ceguera. El saber era una explanada en la que el viento pasaba en busca de palabras interrogantes. La belleza miraba desde su balcón las flores del terror. Los sentimientos se tallaban en madera. La ataraxia se componía de latidos desbocados.
Siendo precipicio. Tempestad. Caminando sobre el asfalto de las nubes. Yaciendo en el infierno de nuestro paraíso marginal. Sin tinta en los ojos, pero sí millones de hojas en blanco. Siendo más que la noche. Muriendo en cada despertar.

miércoles, 14 de junio de 2017

Caer

Despues de trabajar amenudo nos gustaba perdernos en algun bar de la ciudad de Toledo a tomarnos una cerveza. Una inocente pinta junto a nuestros secretos mas inconfesables; de esos que callamos en el trabajo, entre miradas de "luego quiero contarte algo".
Sin duda ni ella ni yo pasabamos por un buen momento. Entre trago y trago intentabamos recomponer los trozos rotos de nuestras vidas.
Para la segunda cerveza el puzzle estaba mas incompleto que al principio pero que felicidad mas tonta cuando compartes tus miedos con ella.
Se acercaba la hora de volver a casa, mojadas por un mar de dudas y deseos de cambiar algo en nuestras vidas, sin saber exactamente que, decidimos que la unica solucion para salvar la noche era ir a Madrid. Ambas teniamos grandes planes cuando subimos en el coche, dispuestas al fracaso y al triunfo, a todo y a nada.
Carretera en nuestras narices. Cantando acusticos aleatorios por mensajes de voz. Pletoricas, asustadas, pero jodidamente vivas.
La noche no termino como hubiesemos querido. Dormimos en Madrid entre llantos y risas. Entre nubes y rayos de sol.
Al dia siguiente tomamos un café en un bar de la zona, antes de volver a Toledo.
No aprendi nada de esa noche, y al mismo tiempo aprendi que los impulsos son necesarios, para perder y volver a empezar, o para ganar y buscar nuevas piezas descolocadas.