Entré en mi habitación dejando atrás el olor de la madera y las
copas a medio terminar, recogiendo en mi mente cuidadosamente las ultimas
risas, llantos y palabras. Todo estaba muy vacío a mi alrededor, y al mismo
tiempo repleto de recuerdos y emociones. Tardé mucho en dormir esa noche y muy
poco en despertar. Con mis ojeras a modo de guías dejé mi habitación. Qué
narices…dejé mucho más que eso. Hacia frio, Mark and Spencer estaba abierto,
aun conservaba algún que otro globo en la puerta de la inauguración del día
anterior, entre a por un café y me despedí de la dependienta sabiendo que ese ‘bye,
see you soon’ no iba solo para ella, sino para todo Aviemore, para toda Escocia.
El resto del viaje no importa. Estación de tren, aeropuerto
y maletas poco estables desafiando el tiempo de espera (y mis nervios). Un
cigarro. Un café. Una bebida extraña. Otro café.
Llegada a Madrid. Uau. Sin más. Uau. Me tiemblan las manos,
me arreglo el pelo a cada segundo, como si eso pudiese mantener mi mente distraída.
Allí estaba, y todas mis palabras, pensamientos, escritos y sueños quedaron
comprimidos en tan solo un segundo, a punto de desvanecerse todos ellos.
Pasan las horas. La noche en Toledo me recuerda lo que es el
verano. Es agradable, pero mi mente está muy ocupada haciendo puzzles, sin ser
consciente de las piezas perdidas. La resaca de sonrisas torcidas me abruma al
despertar. Tomo un café y suspiro por dentro, resignada ante el fracaso de mis
intentos nocturnos por completar lo imposible de completar. Voy a casa creyendo
ser capaz de encontrar esas piezas. Igual están perdidas en la maleta, o tal
vez las he dejado en Escocia…
Pasan los días. Las semanas. Es agradable estar en casa de
nuevo, aprendiendo a cada momento lo que es vivir siendo frío en medio del
calor.
De vez en cuando me pierdo mirando por la ventana,
observando la luna, imaginando cómo será su cara oculta, sonriendo al recordar
esos ojos que se preguntan lo mismo de vez en cuando. Me gusta el silencio de
la noche, me deja el tiempo que necesito para rescatar mis recuerdos. No los
quiero arropar, sino guardar. La brisa me los brinda y yo hago
el resto.
Esos ojos que se preguntan cosas suelen estar a mi lado. Los
miro a ratos, no mucho, no vaya a darse cuenta de lo mucho que me gusta
tenerlos cerca. Aún a veces echo de menos esas ultimas risas, llantos y
palabras, esa habitación con olor a vainilla y rendijas en la ventana, pero sé
que solo tengo que girar la vista para recordar por qué merece la pena la brisa
en mi cara.
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