El día más duro de su vida decidió caminar descalza sobre el fuego, pisando con fuerza, sintiendo el dolor, la vulnerabilidad del ser. Dejándose embriagar por el pánico, abrazando al vértigo. Atrapada por dos trenes a punto de partir.
Aprendió a vivir siguiendo los pasos del caos, dando la espalda a la estabilidad. Observando las pequeñas cosas que importan una mierda, cerrando los ojos ante los grandes acontecimientos.
Aplaude fuerte cuando el viento sopla. Abandona la butaca si sus manos no tiemblan.
Busca el equilibrio dentro del desorden, nunca encuentra respuestas, ni sabe formular preguntas. No le importa saber, si de saber ya sabe el mundo. Aburrida desprecia todas las miradas, vacías o llenas de vida, lo mismo da; todas sucumben tarde o temprano a la disciplina de lo correcto. Dejando de lado el vicio de sentirse pleno por llorar y reír sin necesidad de observar el tiempo. Ella hace y deshace todo a la vez, para no hacer nada cuando todo está hecho, y hacerlo todo cuando la lluvia se transforma en miedos.
En la esquina de un verso construye su hogar, sabiendo que nadie se percatará de su presencia. Con la certeza de que nadie olvidará ese punto y final.
Era el día más duro de su vida, sí. Ese día descubrió el poder de sentir sin límites, la amargura del fin, la alegría del comienzo.
Aveces es necesario destruirlo todo, para poder aferrarte a algo.
martes, 10 de noviembre de 2015
miércoles, 21 de octubre de 2015
Carta sin destinatario
No quiero ser el centro de tus recuerdos. No quiero ser ese trozo de madera que señaliza cada desvío de tu mente. Ni el aroma de tus sueños. No inventes bandas sonoras para nuestros besos, ni desafines esos violines para nuestros gritos. Deja que seamos un error, uno tras otro. Una caída de la cama; una lágrima en mitad del circo. Una carcajada bajo una caricia interrumpida. Un fragmento repleto de delirios. Un marca páginas roto, sin libro. Una marioneta sin espectadores. Seamos un desastre. Vivamos. Desgarra mis suspiros con tus gemidos.
Queramos serlo todo sin ser nada. Podemos ser gigantes en el paréntesis del mundo. Podemos romper el tiempo si nos rompemos antes un poco el alma; solo un poquito. Seamos una brecha en la noche. El esparadrapo del miedo.
Queramos serlo todo sin ser nada. Podemos ser gigantes en el paréntesis del mundo. Podemos romper el tiempo si nos rompemos antes un poco el alma; solo un poquito. Seamos una brecha en la noche. El esparadrapo del miedo.
martes, 13 de octubre de 2015
Candados
Abriendo puertas y cerrando ventanas. Puertas amargas. Ventanas de caramelo. No se me daba bien elegir. Mi visión del mundo era un pantano sin vida, repleto de tonalidades verdes ennegrecidas por las nubes. A un lado acuarelas, al otro, lienzos en blanco, rotos y con alguna que otra astilla. Yo siempre me acercaba a esas astillas, por alguna razón sentir el dolor en mis manos aliviaba aquellas horribles escenas de mi cabeza.
Las palabras bañadas en azúcar empachaban mis sentidos. Coleccionaba puntos suspensivos, prisioneros del silencio.
Siempre había dos caminos, y a la vez miles de ellos. Centenas de caricias que jamás sentiría. Millones de besos frustrados por la pasividad. Un sólo juego. Varias cartas en mis manos. Ningún rival.
Apareces de entre las ramas de mis lágrimas, tropiezas y caes sobre mis labios; te recito el poema más nefasto de la historia, creyendo que así te largarías. Te quedas. Suspiro. Te grito. Te acercas. Rompo tu paracaídas para que no puedas llegar a mis pensamientos. Paciente esperas junto a ellos, con tus ruinas sobre la cabeza. Me muestras una piedra rota sonriendo. Me doy media vuelta. Estás junto a mi, con tus pedazos intactos.
-Mira esa ventana.
-No me gustan las ventanas-contesto, sin prestar atención.
-Voy a poner candado a todas esas puertas, no te quedará más remedio que seguirme.
-Vete a la mierda.
Empiezas a tararear los versos de aquel horrible poema.
-Cállate.
Las palabras bañadas en azúcar empachaban mis sentidos. Coleccionaba puntos suspensivos, prisioneros del silencio.
Siempre había dos caminos, y a la vez miles de ellos. Centenas de caricias que jamás sentiría. Millones de besos frustrados por la pasividad. Un sólo juego. Varias cartas en mis manos. Ningún rival.
Apareces de entre las ramas de mis lágrimas, tropiezas y caes sobre mis labios; te recito el poema más nefasto de la historia, creyendo que así te largarías. Te quedas. Suspiro. Te grito. Te acercas. Rompo tu paracaídas para que no puedas llegar a mis pensamientos. Paciente esperas junto a ellos, con tus ruinas sobre la cabeza. Me muestras una piedra rota sonriendo. Me doy media vuelta. Estás junto a mi, con tus pedazos intactos.
-Mira esa ventana.
-No me gustan las ventanas-contesto, sin prestar atención.
-Voy a poner candado a todas esas puertas, no te quedará más remedio que seguirme.
-Vete a la mierda.
Empiezas a tararear los versos de aquel horrible poema.
-Cállate.
lunes, 5 de octubre de 2015
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Palabras que no dan tregua. Constelaciones de sensaciones dentro de una maleta. Mariposas haciendo auto stop para llegar a mi estómago. Silencio en la rotonda, no podemos pasar. Dando vueltas por las rectas encuentro los resquicios de lo vivido. Observo por la ventanilla, sintiéndome espía de tus sueños. Ni te percatas de mi presencia. Sonrisas camufladas en medio de un puñado de recuerdos magullados. Fragmentos de caricias marcados en mi piel. Letras del revés entre los versos de mi cama. Me llueves encima y despejas mi mente. Tiras besos a la noche a escondidas de mi, sin saber que duermo junto a ella incluso cuando el sol nos apunta en la cabeza.
No dejes de caer. No te levantes si no es para tirarme junto a ti. Cruza océanos en el desierto y besa al mundo cuando el mundo te estalle en la cara. Hazme callar cuando mis silencios te estallen en el alma; entenderé lo que quieres. Seamos un obstáculo para el tiempo. Un rompecabezas para la distancia.
martes, 29 de septiembre de 2015
Toda la noche caminando por los licores de tus labios. Parece un buen título para esta entrada, en cambio, no soy capaz de abarrotar con letras un vacío tan necesario como estúpido. El silencio del alma es el megáfono más potente del corazón. Doy portazos a todos los relojes; abro las puertas al caos. Quieta en un rincón te invito a entrar en mi copa. No puedo darte un gran recibimiento, tampoco largarme sin acabarte. En el laberinto de un botón descosido estás tú, esperando el filo de una aguja, la suavidad de un hilo. Esperando caricias y puñaladas a destiempo con el fin de pertenecer a algo. No voy a coserte a mi chaqueta favorita, pero tal vez pueda meterte en uno de sus bolsillos. Conmigo, pero no junto a mi.
La noche avanza, nuestros pasos insisten en comenzar una calurosa lucha de poderes. Tu destino vive anclado en la luz del día, el mio se tambalea dentro de un oscuro baúl. Te maldigo por mirar más allá de mis pupilas, pero quiero compañía por esta vez y dejo pasar tu osadía.
Sabemos bien el significado del fin. El dolor de cada una de sus letras. La liberación de la incertidumbre. La angustia del tiempo. Hasta me he permitido crear una moraleja para nosotros, pero es tan ridícula que ni el alcohol logra darme el empujón.
El humo me hace verte borroso, me das un cigarrillo con el objetivo de perderte del todo. Sonrío. Te pierdo. Vuelves. El cigarro aún sigue encendido. El humo no me deja verte, pero veo el contorno de una sonrisa. Vuelvo a sonreír.
Las estrellas poco a poco van largándose a dormir, la luna bosteza sobre nuestras cabezas. Nos miramos.
Cerramos esa botella repleta de recuerdos.
-Mañana será otro día.
-Mañana será otro destino.
La noche avanza, nuestros pasos insisten en comenzar una calurosa lucha de poderes. Tu destino vive anclado en la luz del día, el mio se tambalea dentro de un oscuro baúl. Te maldigo por mirar más allá de mis pupilas, pero quiero compañía por esta vez y dejo pasar tu osadía.
Sabemos bien el significado del fin. El dolor de cada una de sus letras. La liberación de la incertidumbre. La angustia del tiempo. Hasta me he permitido crear una moraleja para nosotros, pero es tan ridícula que ni el alcohol logra darme el empujón.
El humo me hace verte borroso, me das un cigarrillo con el objetivo de perderte del todo. Sonrío. Te pierdo. Vuelves. El cigarro aún sigue encendido. El humo no me deja verte, pero veo el contorno de una sonrisa. Vuelvo a sonreír.
Las estrellas poco a poco van largándose a dormir, la luna bosteza sobre nuestras cabezas. Nos miramos.
Cerramos esa botella repleta de recuerdos.
-Mañana será otro día.
-Mañana será otro destino.
viernes, 4 de septiembre de 2015
Hay canciones que mueren
Esa melodía sonaba a todas horas al pensar en ti. Era la banda sonora perfecta para nosotros. Quedaba bien cuando llovía, cuando hacía sol, incluso cuando estábamos enfadados. En la angustia y en la adrenalina podíamos sentir los acordes de aquella guitarra. La letra dejó de importarnos, nos la sabíamos de memoria. Hablaba de desamor, pero era tan bonita que supimos leer entre líneas, imaginando un destino diferente para sus protagonistas.
"No pueden terminar mal, tal vez podamos inventar otro final para ellos, para nosotros" decías, y yo, sonreía a tu lado, feliz de nuestro secreto.
Cuando comenzó a llover esa mañana, tú no estabas ahí.
Al día siguiente volvió a llover, seguías sin estar.
Más lluvia, nubes de plástico, parte de un decorado de bajo presupuesto.
Y entonces pasó. Los versos de nuestra canción empezaron a caer con las gotas de lluvia. El asfalto quedó repleto de letras ensangrentadas cubiertas de agua. Charcos de despedida bajo mis botas.
Hay canciones que mueren. Sentimientos que matan. Páginas sin renglones; bolígrafos sin tinta.
Salí a la calle con el primer rayo de sol, dispuesta a recoger los pedazos del desastre. Pero ya no estaban ahí. En mi mente no sonaban acordes de guitarra.
Me di la vuelta y volví a casa. "No ha muerto, la hemos matado", me dije, mirando los charcos del suelo.
"No pueden terminar mal, tal vez podamos inventar otro final para ellos, para nosotros" decías, y yo, sonreía a tu lado, feliz de nuestro secreto.
Cuando comenzó a llover esa mañana, tú no estabas ahí.
Al día siguiente volvió a llover, seguías sin estar.
Más lluvia, nubes de plástico, parte de un decorado de bajo presupuesto.
Y entonces pasó. Los versos de nuestra canción empezaron a caer con las gotas de lluvia. El asfalto quedó repleto de letras ensangrentadas cubiertas de agua. Charcos de despedida bajo mis botas.
Hay canciones que mueren. Sentimientos que matan. Páginas sin renglones; bolígrafos sin tinta.
Salí a la calle con el primer rayo de sol, dispuesta a recoger los pedazos del desastre. Pero ya no estaban ahí. En mi mente no sonaban acordes de guitarra.
Me di la vuelta y volví a casa. "No ha muerto, la hemos matado", me dije, mirando los charcos del suelo.
viernes, 28 de agosto de 2015
El despertar
Te encontré asustado. Escondiéndote de ti mismo. No creías en ti, ni siquiera yo creía en ti. No podía mirarte a los ojos, tu pelo me lo impedía. Nunca te dije "aparta ese mechón". No quería mirarte.
Eras una negación en mis ojos. Un tachón indiferente. Una mancha de vino en una prenda a punto de ser tirada.
Y ahí estabas, tiritando de frío en mitad del desierto. El sol no daba tregua a tus miedos. Me acerqué varios pasos sabiendo de antemano que no mediaría palabra contigo. Me daba igual tu dolor. Nada me unía a ti. Dos desconocidos que nunca fingieron ser algo que no eran.
Alzaste la mirada, me miraste apartándote aquel mechón de la cara. Vi tus ojos por primera vez. No me gustaron, pero quería mirarlos. Sonreías con las pupilas, con todo tu dolor a cuestas. Camuflabas tu desolación para obligarme a buscarla por mi cuenta. De veras querías que la encontrarse, pero no para hacerme daño ¿verdad?
Me gritaste con el silencio más abrumador del mundo. Un escalofrío invadió cada uno de mis sentidos. Desnudaste mi alma en cuestión de milésimas de segundo. Había eco dentro de tu corazón. Un camino de escarcha nos separaba. Pero me gritaste, joder. Y me drogué con el movimiento de tus párpados.
Ni una palabra.
No pensabas hablar ¿eh? No me conocías y en cambio, de pronto el mechón ya no estaba ahí, tapándote de mi. Sentí tu dolor, tu incertidumbre. Me contagié de la felicidad de tus manos inquietas.
Tu sonrisa salió de su zona de confort y yo te tendí la mía.
-¿Dónde te habías metido?-dijiste.
-Ayúdame a quitar toda esta escarcha y luego te lo cuento.
El sol volvía a brillar. O tal vez era la luna, ya no lo recuerdo.
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