Hace algunos años en el metro de Varsovia, repleto de gente andando apresurada de un lado a otro, pude sentir cómo la presión de no querer dar un paso al frente me sostenía con fuerza. Tenía que decir adiós a ese cajón de recuerdos que no quería cerrar. Despedirme de esas tres personas a las que tanto quería y a las que no sabía si volvería a ver.
El tiempo se acababa y tenía que irme.
Entonces, en medio de un abrazo escuché un 'sé valiente', firme y cálido en mi oído. Alcé la mirada y entre lágrimas les dejé atrás.
En el aeropuerto aún no sabía cómo debía sentirme. Subo a ese avión y el vacío se sienta a mi lado. Cansada llego a Bélgica. Tres horas de escala. Arrastro mi maleta y casi creo que ése es el peso de querer a la gente y decirles adiós.
Cojo otro avión. De vuelta en Escocia.
Es casi media noche, Edimburgo tiene siempre esa luz especial que tantas veces me ha arropado en momentos complicados. Llego a mi hotel agotada, me duermo al instante de tumbarme en la cama.
La luz entrando por mi ventana me dice que hoy no será el típico día nublado escocés. Suspiro hondo, sacándome ése vacío que me había acompañado durante horas de viaje. Sabiendo que por muy apagado que sea el camino, al final lo vivido siempre te servirá de luz para encontrar la manera de crear nuevos recuerdos.
Salgo del hotel, llego a la estación y subo en el tren para volver a Aviemore; para volver a casa.
'Sé valiente' escucho en mi cabeza al llegar, entendiendo que volveré a recordar ese instante cada vez que levantar la mirada cueste de más.
Hoy necesitaba recordarlo, y he sonreído.
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