lunes, 11 de abril de 2022

El vino me pone intensa

Siempre hay una pequeña disputa entre lo que se dice y lo que se siente. No porque queramos mentir a los demás, sino más bien porque necesitamos un espacio donde cohabiten las dudas. Ése espacio privado del que sólo nosotros mismos podemos hacer uso. Las palabras son el escaparate que mostramos; lo que no decimos la trastienda donde guardamos esos objetos que no queremos sean vendidos.
Porque los sentimientos tienen dos capas.
O tres. O veinte. Las que sean necesarias.
Y no mentimos al mundo al callar, tan sólo cuidamos el poder que todos poseemos de tener una parte de nosotros intacta. 
Incluso las frases que lo dicen todo están llenas de tachones, anotaciones y paréntesis creados por la mente.
Y qué valioso que así sea.
Porque estar vivos consiste en éso.
En tener la capacidad de gritar de júbilo o de tristeza, de amar fuerte y reír llorando, de acariciar, desear, de erizarnos el corazón sin nada que nos lo impida, de ser libres e indomables. Y sobre todo, de tener un espacio para tachar y subrayar las veces que sean necesarias.

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