No pensar en nada que no sea puesto sobre la mesa por ti mismo. Decidir cada mueca y cada carcajada, para poder consolarte si caes o te equivocas. Con la certeza de haber sido fiel a lo que querías. Sabiendo que, de un modo u otro, cada tropiezo merece la pena y tiene una coartada de peso.
La libertad de saber que todo lo vivido ha sido con tu corazón abrazado fuerte a ti.
Correr cuesta abajo sintiendo que tú verdad va de la mano contigo y no te soltará a menos que tus pies dejen de tocar el suelo que pisas.
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