martes, 5 de mayo de 2015

En honor a la gran Brigitte Bardot

Todo daba vueltas cuando ella caminaba por las calles violadas por la hostil realidad; calles con aroma a licor barato y carmín reseco.
No girarse cuando ella pasaba era difícil. Su mirada jamás se posaba en los ojos de la gente, en cambio, sus labios esbozaban enigmáticas sonrisas cuando nadie la veía.
Cada mañana recogía su pelo del modo más imperfecto que le era posible. Sus cabellos rubios envejecían ante los rayos del sol. Pintaba sus ojos con tan poca delicadeza que era imposible igualar su belleza. Bailar con ella era un sueño irreal; caer rendido a sus pies era una pesadilla de lo más real. Jamás giraba sus pasos ante ninguna declaración de amor; apuntaba al blanco sin querer. Siempre fue torpe, tanto que a menudo volvía a casa descalza, con sus tacones rotos en la mano. Pero ella era feliz. Tiraba las colillas con la elegancia de una noche parisina. Pensaba que llevar sujetador era vulgar, nunca se detuvo ante el frío. Todos observaban. La calle era su pasarela. Ella era enigma e ingenuidad. Era unos vaqueros rotos y un vestido de gala. No complacía al rigor. Enamoraba a la locura más bella de la ciudad. Dejaba que los semáforos iluminasen sus labios para que los pasajeros de los coches entrecortasen su respiración al unísono, mientras ella caminaba por los pasos de cebra ajena a su magnetismo rosado. A veces bebía en copas de cristal, asomada a su balcón, imaginando qué sería de su vida si los sueños fuesen finitos. Si cada noche los sueños se repartiesen por las mentes de la gente de forma aleatoria. Unos cuantos soñarían bajo el mismo escenario, otros cuantos bajo el mismo valle anaranjado. Nada volvería a cobrar sentido.
Ella sólo podía huir bajo las sábanas de seda que arropaban cada una de sus debilidades. Al despertarse cada mañana, dejaba que sus miedos siguiesen durmiendo.
Cogía su carmín favorito y alborotaba su melena. El sol la esperaba con sus mejores galas, sabiendo que nunca conseguiría ganarla.

Era salvaje, su francés hermoso. No podía parar de bailar ante aquel espejo.




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