Pensamientos acunados por una pregunta constante: "qué hago si no entiendo el mundo y pertenezco a él".
Ves todo a tu alrededor como si de un espectador de una función se tratara, y no te gusta la trama. No te emociona el final. No aplaudes pero tampoco te levantas. Tan sólo esperas a que deje de llover de nuevo y así tener esa sala de espera despejada un rato para coger aire y volver a la carga.
Porque ese silencio tras la lucha es la lucha más ruidosa. Una que desde la quietud mueve todos tus miedos y te prepara para aceptar que el mundo es una obra de teatro que nadie ha ensayado, con diálogos rotos y actos tachados.
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