Las nubes cortaban el paso a la esperanza, mirar al cielo siempre fue la respuesta a las preguntas sin respuesta. La luna parecía no tener problemas, al igual que el sol; eso le hacía sentir paz.
Fue caminando por una llanura de recuerdos, deteniéndose en cada escaparate para ver una vez más los besos que un día perdió. Ya estaban vendidos, como todo lo que tuvo. Decidió apostar su vida por la muerte de un miedo; miedo que vendó sus ojos para entregarse al deseo. Perdió, y el miedo regresó, burlándose de ella, agarrándola por la espalda.
Ya no recordaba el aroma de una sonrisa, ni el color de una caricia bajo la lluvia; ni el sonido de unos pasos que regresan. Sabía que sólo ella podía rescatarse, haciendo un arcoiris con las ruinas de un oscuro poema. Poema moribundo, que lucha por vivir sin vida, rescatando cada palabra inerte de sus entrañas, para crear versos de amor, o desamor. Para sentir la existencia de no existir. Para que todo se convierta en grito y lava; en silencio y escarcha.
La conciencia pide ayuda mientras los sueños extienden una lona en su mente, impidiéndole despertar.
Ya no soy real, pero en una caja de cartón puedo crear el infinito. Los sueños me comunican que ya no habrá nubes que eclipsen mi mundo, pero tampoco habrá luna ni sol, no habrá paz, ni calma. No habrá preguntas, ni respuestas. Sólo quedo yo y un millón de escaparates que acuchillan a mi presente.
El caos pide paso, me muestra que también el dolor es bello. Él es infinito. La quietud siempre termina. Lo que no ha empezado a existir, nunca acaba, porque, nunca empieza, convirtiéndose en eternidad; en fachada y piedra; en ayer y mañana. En un para siempre y un nunca más.
Mi caja de cartón será mi cielo, jamás se cerrará.
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