Medias rotas. Alma repleta. Mis manos apretaban aquel pañuelo como si eso pudiese salvarme del agujero de plenitud en el que me encontraba. No me sentía cómoda sabiendo que era feliz; sabiendo que mis sonrisas planeaban por mi cara sin pedir permiso. Hacía frío, pero yo sentía calor en mis labios, tanto que dar la espalda a la noche se convirtió en el mayor reto al que me había enfrentado. Me enfrenté a la realidad alzando una cometa repleta de deseos incoloros, me subí al tren de un sueño improbable sin pagar billete. Puse antifaz a cada uno de mis miedos para no asustarte. Salí corriendo en busca del fuego, me resguardé de la lluvia en tus brazos. Puse fin a tus latidos distanciados, los acerqué a mi, pensando que sería capaz de entenderlos a todos. No lo logré, algunos de ellos sólo querían una copa bien cargada para desprenderse de sus temores, el resto me miraban con frustración, querían hablarme, pero no con palabras. Tendí mi mano a la eternidad, de veras lo hice. Pero lo eterno no es compatible con la fugacidad de un beso desesperado por salir de su jaula.
Observo mis medias rotas, ha merecido la pena. No puedo irme ahora. Esperaré paciente la impaciencia de tus brazos. El día que logremos mirar la luna sin barrotes, dejaremos de contar las horas; dejaremos que nuestros miedos se maten entre ellos mientras nosotros nos destrozamos el alma juntos. Seremos invencibles, viviremos en el vértice de la locura.
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